Strict//EN" "http://www.w3.org/TR/xhtml1/DTD/xhtml1-strict.dtd"> Kaja de Trastos: Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez

miércoles, mayo 17, 2006

Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez

Si hoy me dio por recuperar este espacio es precisamente porque se me hace que es la mejor manera de organizar un poco algunas ideas obligándome a hacer un registro que corra el peligro de ser criticado. Eso me impone un esfuerzo que estoy seguro dejará algunos frutos (seguramente solo a niveles muy personales).

Así que empezando con este asunto, hoy me dio por darme ánimo retomando un texto que encontré bastante interesante de Carlos Fuentes que hablaba de su amistad con Gabriel García Márquez y con Julio Cortázar y de la muerte de este ultimo.


Amigos de los amigos

[…]

Es Julio Cortázar y creo que ni Gabo ni yo seríamos lo que somos o lo que aun quisiéramos ser sin la radiante amistad del Gran Cronopio. En Cortázar se daban cita el genio literario y la modestia personal, la cultura universal y el coraje local ('Las Malvinas son argentinas -solía decir-. Los desaparecidos también'). Lo había leído todo, visto todo, sólo para compartirlo todo. Una de las noches inolvidables de nuestra amistad ocurrió en el tren París-Praga en diciembre de 1968. Íbamos invitados por Kundera a mantener la ficción -es decir, la esperanza- de una cultura checa independiente en un país rodeado de tanques soviéticos. Cortázar fue hilvanando temas como un cuentista árabe de la plaza de Marrakech. Cuando llegamos de madrugada a Praga, nos esperaba en la estación Kundera, nos llevó a Gabo y a mí a una sauna y cuando pedimos una ducha para quitarnos el calor, Milan nos condujo al río Ultava y nos empujó, encuerados como lombrices, al agua congelada. Recuerdo el comentario de Gabo cuando salimos morados del río. 'Por un instante, Carlos, creí que íbamos a morir juntos en la tierra de Kafka'.

Vida y muerte

Cuando murió Cortázar, llamé a García Márquez conmovido por la desaparición de nuestro incomparable amigo. Gabo me contestó, memorablemente: no creas todo lo que lees en los periódicos. Es cierto: no hay mortalidad en la literatura. Oír a Gabo hablar de libros y autores es oírle hablar de lo más vivo, lo más próximo, lo más entrañable. Gabriel posee una memoria poética fabulosa, hecho que -entre otros- le envidio como se lo envidio a Carlos Monsiváis (capaz de pasar una tarde con Neruda haciendo conversación sin otras palabras que citas de la poesía de Neruda); a Chema Pérez Gay (que además cita a Hölderlin, Goethe y Rilke en alemán); o a Antonia Fraser, que memoriza un poema cada noche. Gabo se sabe de memoria la poesía de Garcilaso ('escrito está en mi alma vuestro gesto / y cuanto escribir de vos deseo / vos sola lo escribistes, yo lo leo / tan solo, que aun de voz me guardo en esto'). A veces, García Márquez deja entrever la literatura que se guarda. Es Kafka y La metamorfosis, la lectura que lo precipitó angustiado y anhelante en la escritura. Es Faulkner y la convicción de que el presente empezó hace 10.000 años. Es Rulfo y el clamor de los silencios. Y es, sorpresivamente, Dumas y El conde de Montecristo como fábula de fábulas que encierra el enigma del enigma: ¿cómo escapar de la prisión del Castillo de If? Que el lector se ponga a pensar y verá cómo las combinaciones posibles son infinitas, tan infinitas como la lectura. Gabriel García Márquez y Alejandro Dumas y Franz Kafka: cómo entrar al Castillo, cómo salir del Castillo. La llave se llama la literatura. Pero ella también está escondida. Está en la isla del tesoro. No la de Stevenson, sino la de Defoe, autor preferido de García Márquez no tanto por el Robinson sino por El diario del año de la cólera. El título lo dice todo. El Robinson de Gabo es el del muy admirado Coetzee: una noticia falsa que alguien le cuenta a Defoe. Mi Robinson es el de Buñuel: el solitario gritando desde la cumbre de la montaña para escuchar el eco de su voz y sentirse acompañado.